Omnipresencia de
la información
El cambio que
identifica mejor la transformación sustancial de la vida cotidiana se refiere a
la omnipresencia de la información como entorno simbólico de socialización La
capacidad para usar las tecnologías de la información es cada día más
determinante puesto que muchos de los servicios, trabajos e intercambios son y
serán cada vez más accesibles solamente a través de la red
La velocidad, cada vez mayor, que define los ciclos de información
condiciona la imagen de fragilidad y precariedad de la vida de los seres
humanos. Instantaneidad, espectacularización y fragmentación, son los
principales sellos de una información estructuralmente incapaz de distinguir la
verdad de la mentira (Chomsky, 1995).
¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido entre tal cantidad de
información?, es decir, estamos bombardeados de información todo el tiempo, la
televisión, la radio, el internet, los dispositivos móviles, pero ¿cuánta de
esa información convertimos en conocimiento?, ¿somos capaces de distinguir qué
información es verídica y cual careced e rigor científico? ... ¿nuestros
alumnos podrán hacerlo?
En dos años se produce más información que en toda la historia anterior
de la humanidad. Fontcuberta (2010) señala que “en 2008 se efectuaron más de
31.000 millones de búsquedas al mes en Google; en 2006 esa cifra era solo de
2.700 millones”. El volumen de información que se empezó a contabilizar en
kilobytes, en muy pocos años se ha tenido que contabilizar en dimensiones
mareantes: -Mega, -Giga, -Tera, -Peta, -Exabyte, -Zettabyte y -Yottabyte.
Robinson (2011) en un alarde de previsión libre llega a afirmar que en
algún sentido las computadoras pronto alcanzarán la conciencia, que en 2020
será posible comprar un ordenador personal con el mismo poder de procesamiento
que el cerebro humano de un adulto, que la interacción de la genética, la
neurociencia y la nanotecnología harán posible enriquecer nuestra inteligencia
mezclando físicamente artificios de computación con nuestro cerebro.
Citando a Ray Kurzweil, considera verosímil que en dos décadas los seres
humanos recrearemos el diseño computacional del cerebro en avanzados
computadores neuronales. Con independencia del grado de cumplimiento de tan
arriesgadas profecías, no parece exagerado afirmar que la supervivencia de los
individuos, las organizaciones y las naciones, en la era de la información,
depende sustancialmente de la adquisición, uso, análisis, creación y
comunicación de información.La consecuencia de este ritmo acelerado y exponencial
de producción y consumo de información fragmentada y compleja es el volumen
inabarcable de la misma que produce en los individuos saturación, desconcierto
y paradójicamente desinformación.
En apariencia paradójicos, pero en realidad convergentes: la
sobreinformación y la desinformación. Parece claro que el atracón de
informaciones fragmentarias produce indigestión y difícilmente provoca
conocimiento estructurado y útil
Los medios de comunicación y, en particular, la múltiplemente pantalla,
constituyen el esqueleto de la nueva sociedad. Todo lo que tiene alguna
relevancia ha de ocurrir en la pantalla, que provoca, con frecuencia, la
contemplación pasiva de la mayoría de los ciudadanos, o en las plataformas
digitales y en las redes sociales que permiten e inducen la interacción, la
expresión personal e incluso la movilización colectiva (Echeverría, 1994;
Chomsky y Ramonet, 1995; Brown, 2000).
Es necesario reconocer, por tanto, la extraordinaria potencialidad
instructiva e incluso formadora que ofrece la revolución electrónica al
permitir la comunicación intercultural y provocar el descentramiento de los
individuos y de los grupos sociales de sus propios y limitados contextos. No
obstante, al servicio de la economía del mercado, los intercambios de información
se rigen por intereses y objetivos bien distintos a los formativos y se
convierten en transacciones comerciales, con la finalidad principal de producir
beneficio, saturando al consumidor con informaciones seductoras de cuestionable
valor formativo y educativo.
Por otra parte, conviene recordar con Alessandro Baricco (2008), que
Internet y los motores de búsqueda están produciendo lo que él llama “la
mutación cultural” de esta época.
En esta sociedad
global, basada en la información fundamentalmente digital, es necesario
considerar seriamente el papel de las nuevas herramientas y plataformas por las
que transita la información, porque sin duda constituyen el factor central del
cambio. ¿Quiere esto decir que la escuela como organización responsable, en la
historia reciente de la humanidad, del desarrollo educativo de las nuevas
generaciones ha dejado de tener sentido y será pronto sustituida por las redes
virtuales?
MartínBarbero,
en 2006, y Burbules y Callister en 2001, sugieren reorganizar la enseñanza
pensando en los nuevos rasgos de producción de los saberes, como son la
hipertextualidad, la interactividad, la conectividad y la colectividad.
Por otro lado, la frontera entre lo escolar y lo no escolar ya no se
define por los límites del espacio y el tiempo de la escuela, hay mucho de
“no-escuela” en el horario escolar y hay mucho de escuela en el espacio y
tiempo posterior al horario escolar. En la interacción del aprendiz con la
información y con el conocimiento ya no hay un solo eje de interacción
controlado por el profesor, sino una comunicación múltiple, que exige mucha más
atención y capacidad de respuesta inmediata a diversos interlocutores (Cuban,
2012; Dussel, 2011).
Es obvio que el sistema educativo ha de preparar a los estudiantes para
que manejen y resuelvan situaciones en el futuro, bien distintas, por lo
general, a las que rodean el presente
Para afrontar situaciones desconocidas en los ámbitos profesionales,
sociales o personales en los contextos abiertos, cambiantes e inciertos, los
individuos requieren capacidades de aprendizaje de segundo orden, aprender cómo
aprender y cómo autorregular el propio aprendizaje.
Es el momento de redefinir el flujo de información en la escuela. Los
docentes debemos darnos cuenta de que no es aconsejable solamente dispensar
información a los estudiantes, hay que enseñarles cómo utilizar de forma eficaz
la información que rodea y llena sus vidas, cómo acceder a ella y evaluarla de
forma crítica, analizarla, organizarla, recrearla y compartirla.
Las exigencias formativas de los ciudadanos contemporáneos son de tal
naturaleza que requieren reinventar la escuela para que sea capaz de estimular
el desarrollo de los conocimientos, habilidades, actitudes, valores y emociones
que requiere convivir en contextos sociales heterogéneos, cambiantes, inciertos
y saturados de información, escenarios caracterizados por la supercomplejidad.
¿Cómo ayudar a que los individuos desarrollen una identidad personal con la
suficiente autonomía como para afrontar las exigentes demandas de las
sociedades contemporáneas? ¿Cómo contribuir a la compensación de las enormes y
crecientes desigualdades de origen que provoca una sociedad en la que las
diferencias entre pobres y ricos son cada vez más importantes, y donde los que
pierdan el veloz tren de la información quedarán excluidos de las interacciones
más relevantes?
el problema no
es ya la cantidad de información que los niños y jóvenes reciben, sino la
calidad de la misma: la capacidad para entenderla, procesarla, seleccionarla
organizarla y transformarla en conocimiento; así como la capacidad de aplicarla
a las diferentes situaciones y contextos en virtud de los valores e intenciones
de los propios proyectos personales o sociales.
Dede (2007) defiende con pasión que se requieren nuevas formas de
aprendizaje interactivo, personalizado, colaborativo, creativo e innovador para
mantener implicados de forma activa y satisfactoria a los sujetos de esta
generación.
En consecuencia, la educación no puede seguir orientándose por más tiempo
a la transmisión, y aprendizaje de piezas y fragmentos discretos y aislados de
información, memorizada y acumulada en almacenes estables de información para
ser utilizada cuando se necesite (modelo de pedagogía bancaria criticado por
Freiré, o pedagogía del camello, ironizado por Merieu), sino en el desarrollo
en cada individuo de conceptos básicos y fundamentales para aprender a pensar y
aprender de modo disciplinado, práctico, crítico y creativo, de modo que pueda
utilizarse el conocimiento y los métodos de comprensión en nuevas situaciones
que aparecen en el mundo de la información cambiante (Darling-Hammond, 2010).
En el mismo sentido se pronuncian Elmore y City (2011) cuando proponen un
tercer escenario para el desarrollo satisfactorio de la escuela en la era
digital, denominado “aprendizaje de código abierto”. Este escenario sitúa la
escuela en un territorio abierto, compitiendo con otros servicios e
instituciones por el interés de los aprendices y familias, sin el rol
determinante en la definición de lo que constituye el aprendizaje y el
conocimiento válidos, ni tampoco en la definición del ritmo, secuencia y
estructura de programas de estudios cerrados
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